La clase obrera nunca tuvo mayor oportunidad para hacerse con el poder en América Latina y, a su vez, nunca estuvo tan desarmada. La lucha socialista tiene todo para avanzar y, sin embargo, no puede dar los pasos más elementales. La crisis capitalista que comienza en la década de 1970 se prolonga y profundiza hasta la actualidad. El capitalismo no ha logrado recomponer su tasa de ganancia a niveles, por lo menos, de la posguerra. La incapacidad de llevar adelante una guerra interburguesa y una ofensiva de la envergadura que la situación requiere obliga a una situación de descenso paulatino con recaídas con intervalos cada vez menores. La concentración y centralización del capital ha dado lugar a una burguesía cada vez más poderosa, pero cada vez más reducida. El aumento de la productividad del trabajo ha logrado un avance histórico en las fuerzas productivas, pero ha dado lugar también a la proletarización de grandes capas de la burguesía y la pequeño burguesía urbana y rural (el llamado “campesinado”). En la clase obrera, estos cambios en la producción se expresan en la disminución del ejército en activo (la clase obrera ocupada, con empleo formal) y la expansión de la sobrepoblación relativa. Es decir, población que le sobra al capital y que aparece bajo diferentes formas: cuentapropismo, planes sociales, empleo informal e inestable, migrantes, población rural desamparada que adopta los más diversos nombres, desde “campesinos” a “indígenas”. Todos son parte de la clase obrera en tanto desposeídos. Población que aparece inicialmente sin representación ni forma de institucionalización alguna, dejada de lado por el sindicalismo y por las formas tradicionales de asistencia. Estas transformaciones provocan cambios en la política burguesa. La desaparición de una capa importante de la burguesía local, de gran parte de la pequeño burguesía y de la clase obrera en activo desarticula los ejes centrales en los cuales se habían apoyado los partidos burgueses tradicionales. La desaparición del sindicato como eje vertebrador no redundó en un aparato unificado que lo reemplace en la relación de la burguesía con las masas. La idea de que la democracia burguesa, como régimen político, iba a resolver los grandes problemas de la población demostró no ser más que una ilusión de corto vuelo. La caída de los partidos burgueses tradicionales, la disputa por la forma de resolver las agudas y crecientes crisis económicas provocaron una crisis política creciente, en las cuales varios gobiernos cayeron por la movilización popular (Argentina, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil). Es decir, estamos ante un proceso de descomposición de la política burguesa, no de su ascenso.
Pero la política no deja espacios vacíos. A falta de una opción revolucionaria, las crisis y la fuerte presión de la clase obrera dieron como resultado el ascenso de bonapartismos o gobiernos emergentes de partidos relegados, con alguna tradición en el reformismo (como el PT y el FA). Es decir, soluciones burguesas. Más precarias, en un caso; más institucionales, en otros. En todo caso, se trató de un intento de la burguesía de reconfigurar las relaciones políticas en torno a nuevos aparatos, ligados a la asistencia social y a una simbología de izquierda. Una construcción desde arriba hacia abajo y no al revés. La debilidad de la izquierda, el estado fragmentado de la oposición burguesa y una montaña de renta agraria, petrolera o minera permitieron a estos experimentos afianzarse durante una década. En tiempos históricos, un suspiro. La crisis mundial y la caída de los commodities mostró que estos gobiernos se asentaban en un vínculo sumamente precario: el económico más inmediato. Su caída arrastró un ajuste brutal y la disputa entre esa lumpenburguesía beneficiaria de las prebendas estatales, las empresas norteamericanas y las chinas (Odebrecht). Las movilizaciones obligaron a la burguesía a echar mano de alguna alternativa, las oposiciones comenzaron a levantar cabeza y los escándalos arreciaron (Petrolao, Cuadernos, corrupción en Perú). Grandes levantamientos obreros significaron el fin de esas experiencias, pero las salidas no mostraron la capacidad de recomponer los lazos rotos. Ni los económicos ni los políticos. En síntesis: la clase obrera nunca fue tan numerosa y nunca estuvo tan poco sujeta políticamente; la burguesía nunca fue tan pequeña y nunca mostró semejante desconcierto e incapacidad para estructurar políticamente la sociedad. La izquierda se encuentra ante una oportunidad pocas veces vista. Ahora bien, si la primera parte de cada término es irreversible, la segunda no es eterna, depende de la lucha de clases. Es decir, la burguesía puede volver a encontrar la forma de institucionalizar a todo el proletariado en torno a una o dos siglas. De allí, la necesidad de una intervención urgente. La izquierda latinoamericana, en cambio, cree que estamos ante una fase “defensiva”. Ignora todo este cuadro. Por lo tanto, propone la alianza más o menos tácita con alguna de las fracciones de la burguesía en pugna por reconstituir el régimen de democracia burguesa. En Brasil, denuncia un “golpe” y apoya a Lula y al PT. En Venezuela, se opone a Guaidó y su alianza con EE.UU., pero se niega a combatir a quien tiene el poder: el chavismo. En Argentina, traza una alianza con el kirchnerismo, allí donde puede. Es decir, estamos ante una izquierda que ha abjurado del Socialismo y de la lucha por el poder. Por eso, se queda en meros reclamos sindicales. Una izquierda que ya no apela al proletariado como clase, sino que disuelve su llamamiento a “los jóvenes”, “las mujeres”, “los campesinos”, “los indígenas” y demás nombres que o son inexistentes o no refieren a la cuestión central de la lucha de clases. Arrastrada por el clima posmoderno dominante (es decir, por la ideología burguesa) la izquierda ha abandonado a la clase obrera. La situación requiere, entonces, estar a la altura de las circunstancias. Esta crisis es una oportunidad inigualable. Pero, para aprovecharla, hacen falta una serie de instrumentos idóneos: un programa socialista y un partido revolucionario. Que supere el mero sindicalismo, que tenga la capacidad de intervenir en las calles en forma independiente, que no realice concesiones a la ideología burguesa, que no trace alianzas con ninguna facción del enemigo, que combata el nacionalismo de cualquier tipo y que, por fin, plantee abierta y explícitamente el Socialismo. Llamamos a todas las organizaciones que acuerden con este planteo, a realizar un congreso con el objetivo de discutir un programa y comenzar la constitución de una organización socialista y revolucionaria a nivel latinoamericano.
Invitamos a todas las organizaciones y militantes socialistas que enfrenten seria y consecuentemente al chavismo, al PT, al kircherismo, al masismo y a todas las expresiones del reformismo y el nacionalismo a un congreso internacional para fundar una nueva izquierda, sin ataduras y sin condicionamientos de ninguna “sagrada escritura”, y coordinar una acción común en Buenos Aires, los días 12 al 14 de abril.
Por un Congreso para una Nueva Izquierda Internacional
Buenos Aires, del 12 al 14 de abril de 2019.
Razón y Revolución (Argentina)
Transição Socialista (Brasil)
Pero la política no deja espacios vacíos. A falta de una opción revolucionaria, las crisis y la fuerte presión de la clase obrera dieron como resultado el ascenso de bonapartismos o gobiernos emergentes de partidos relegados, con alguna tradición en el reformismo (como el PT y el FA). Es decir, soluciones burguesas. Más precarias, en un caso; más institucionales, en otros. En todo caso, se trató de un intento de la burguesía de reconfigurar las relaciones políticas en torno a nuevos aparatos, ligados a la asistencia social y a una simbología de izquierda. Una construcción desde arriba hacia abajo y no al revés. La debilidad de la izquierda, el estado fragmentado de la oposición burguesa y una montaña de renta agraria, petrolera o minera permitieron a estos experimentos afianzarse durante una década. En tiempos históricos, un suspiro. La crisis mundial y la caída de los commodities mostró que estos gobiernos se asentaban en un vínculo sumamente precario: el económico más inmediato. Su caída arrastró un ajuste brutal y la disputa entre esa lumpenburguesía beneficiaria de las prebendas estatales, las empresas norteamericanas y las chinas (Odebrecht). Las movilizaciones obligaron a la burguesía a echar mano de alguna alternativa, las oposiciones comenzaron a levantar cabeza y los escándalos arreciaron (Petrolao, Cuadernos, corrupción en Perú). Grandes levantamientos obreros significaron el fin de esas experiencias, pero las salidas no mostraron la capacidad de recomponer los lazos rotos. Ni los económicos ni los políticos. En síntesis: la clase obrera nunca fue tan numerosa y nunca estuvo tan poco sujeta políticamente; la burguesía nunca fue tan pequeña y nunca mostró semejante desconcierto e incapacidad para estructurar políticamente la sociedad. La izquierda se encuentra ante una oportunidad pocas veces vista. Ahora bien, si la primera parte de cada término es irreversible, la segunda no es eterna, depende de la lucha de clases. Es decir, la burguesía puede volver a encontrar la forma de institucionalizar a todo el proletariado en torno a una o dos siglas. De allí, la necesidad de una intervención urgente. La izquierda latinoamericana, en cambio, cree que estamos ante una fase “defensiva”. Ignora todo este cuadro. Por lo tanto, propone la alianza más o menos tácita con alguna de las fracciones de la burguesía en pugna por reconstituir el régimen de democracia burguesa. En Brasil, denuncia un “golpe” y apoya a Lula y al PT. En Venezuela, se opone a Guaidó y su alianza con EE.UU., pero se niega a combatir a quien tiene el poder: el chavismo. En Argentina, traza una alianza con el kirchnerismo, allí donde puede. Es decir, estamos ante una izquierda que ha abjurado del Socialismo y de la lucha por el poder. Por eso, se queda en meros reclamos sindicales. Una izquierda que ya no apela al proletariado como clase, sino que disuelve su llamamiento a “los jóvenes”, “las mujeres”, “los campesinos”, “los indígenas” y demás nombres que o son inexistentes o no refieren a la cuestión central de la lucha de clases. Arrastrada por el clima posmoderno dominante (es decir, por la ideología burguesa) la izquierda ha abandonado a la clase obrera. La situación requiere, entonces, estar a la altura de las circunstancias. Esta crisis es una oportunidad inigualable. Pero, para aprovecharla, hacen falta una serie de instrumentos idóneos: un programa socialista y un partido revolucionario. Que supere el mero sindicalismo, que tenga la capacidad de intervenir en las calles en forma independiente, que no realice concesiones a la ideología burguesa, que no trace alianzas con ninguna facción del enemigo, que combata el nacionalismo de cualquier tipo y que, por fin, plantee abierta y explícitamente el Socialismo. Llamamos a todas las organizaciones que acuerden con este planteo, a realizar un congreso con el objetivo de discutir un programa y comenzar la constitución de una organización socialista y revolucionaria a nivel latinoamericano.
Invitamos a todas las organizaciones y militantes socialistas que enfrenten seria y consecuentemente al chavismo, al PT, al kircherismo, al masismo y a todas las expresiones del reformismo y el nacionalismo a un congreso internacional para fundar una nueva izquierda, sin ataduras y sin condicionamientos de ninguna “sagrada escritura”, y coordinar una acción común en Buenos Aires, los días 12 al 14 de abril.
Por un Congreso para una Nueva Izquierda Internacional
Buenos Aires, del 12 al 14 de abril de 2019.
Razón y Revolución (Argentina)
Transição Socialista (Brasil)
Última edición por AJ Hernán el Sáb Feb 23, 2019 5:01 pm, editado 1 vez