El resultado en la elección británica dejó un escenario político inesperado, con la negociación del Brexit en puerta. Qué expresa la autoderrota de May y el ascenso de Corbyn.Los resultados de las elecciones británicas son un desafío a la lógica formal. Es tan verdadero que el partido conservador ganó las elecciones como que su candidata y actual primera ministra, Theresa May, se ha infligido una autoderrota. Los tories perdieron 12 bancas, y con ello la mayoría parlamentaria. Esta catástrofe de May solo es comparable a la de su colega, el exprimer ministro conservador David Cameron, que sin querer queriendo, terminó precipitando el Brexit hace solo un año atrás.
Lo mismo, pero a la inversa, podría decirse del líder laborista Jeremy Corbyn: perdió por un escaso margen, pero es el gran ganador de las elecciones del pasado 8 de junio. El partido laborista conquistó 31 bancas más, algo que no sucedía desde la vuelta del laborismo al poder con Tony Blair. Corbyn no será el nuevo primer ministro pero reafirmó su liderazgo frente al cuestionamiento del ala derecha de su propio partido, que esperaba que hiciera la peor elección de la historia y aprovechar así para sacarse de encima a una figura molesta.
El 18 de abril Theresa May llamó a elecciones anticipadas. Su partido tenía una mayoría parlamentaria de 20 bancas, le quedaban aún tres años de mandato, pero la líder tory quería un baño de legitimidad y una mayoría más sólida para conducir el proceso de divorcio con la UE con mano de hierro, conocido como “Hard Brexit”.
Parecía que era el momento oportuno. Las encuestas le sonreían. Le sacaba una ventaja a Corbyn de más de 20 puntos. Sin embargo, la buena fortuna de May no resistió la presentación en sociedad de su manifiesto electoral, que reveló las características de un nuevo gobierno de ajuste y austeridad. El colmo fue el llamado “impuesto a la demencia”, una propuesta torpe de que los jubilados con propiedades valuadas a partir de las 100.000 libras debían pagar por los cuidados recibidos. May retrocedió de esta propuesta pero el daño ya estaba hecho.
En contraste, Corbyn presentó un manifiesto de gobierno con fuertes tonos socialdemócratas, a la usanza del viejo laborismo. Y esas reformas, -la gratuidad de la educación, algunas nacionalizaciones de industrias clave, la recomposición del salario mínimo, el fin de los contratos de “horario cero”, impuestos a los ricos-, aunque mínimas, lograron despertar la ilusión de un electorado mayormente joven que viene siendo la sabia vital del “fenómeno Corbyn”. Esto es lo que lo acerca al “fenómeno Sanders” al otro lado del Atlántico.
Los brutales atentados terroristas de Manchester y Londres esta vez no jugaron a favor del discurso securitario de la derecha racista, islamófoba y antiinmigrante, que había tenido su momento de gloria en la campaña por el Brexit. Por el contrario, reforzaron las credenciales antiguerra de Corbyn que con buen tino volvió a la carga contra las intervenciones militares británicas en el Medio Oriente.
En síntesis, la derecha como viene sucediendo, leyó mal la situación, subestimó el hartazgo con los planes de austeridad y sobre todo, el fenómeno político de la juventud que decidió pisar fuerte en la política nacional utilizando como vehículo de sus demandas al laborismo, o más precisamente, al ala izquierda de este partido reformista. No casualmente los medios ya hablan de un “terremoto de la juventud”.
Hasta el momento, Theresa May intentará formar un gobierno en minoría con la ayuda de los 10 parlamentarios del Partido Democrático Unionista (DUP por su sigla en inglés), un partido de la derecha rancia, reaccionario, protestante, cuyo principal objetivo es mantener a Irlanda del Norte dentro de Gran Bretaña. Pero si bien técnicamente le darían los números, este sería un gobierno débil, inestable y muy probablemente, de corta vida. Como dicen por estas horas varios anónimos conservadores, May podrá mantener el puesto de primera ministra pero no tiene un mandato claro para timonear el brexit y sus consecuencias.
Con el reloj del brexit en marcha desde marzo, crece la incertidumbre. Están abiertos varios escenarios que incluyen variantes moderadas, como una separación más negociada de la UE (“soft brexit”), aunque no se puede descartar la ruptura sin negociación con Bruselas, o incluso la convocatoria a un nuevo referéndum sobre la permanencia de Gran Bretaña el bloque europeo.
Desde el punto de vista político, en una primera lectura, las elecciones parecen haber revivido el bipartidismo. El 84% de los votos se repartió entre los dos principales partidos (43% para los conservadores, 41% para el laborismo).
Los Liberal Demócratas, el partido de centro conocido popularmente como los Lib-Dem, tuve un avance menor, pero su principal figura perdió su banca. En líneas generales, aún está pagando el precio de haber sido los socios de coalición del gobierno conservador de Cameron.
Se hundió el UKIP, el partido de la extrema derecha racista y xenófobo que se había ido para arriba con el triunfo del brexit. Cayó del 13% obtenido en 2015 al 2%. Su electorado se fragmentó, una buena parte retornó a la derecha tradicional y otros sectores fueron seducidos por las medidas redistribucionistas propuestas por el partido laborista.
El otro gran perdedor fue el nacionalismo escocés que perdió una porción importante de votos que esta vez fueron para Corbyn, lo que obligó a retirar la propuesta de un segundo referéndum independentista.
Pero que hayan aumentado su votación los dos partidos tradicionales no significa, en lo inmediato, la reedición del bipartidismo noventista. Según una famosa anécdota, a fines de 2002, Margaret Thatcher estaba en un evento en Hampshire y uno de los asistentes le preguntó cuál era el mayor logro de su vida. La dama de hierro, sin dudarlo, le respondió: “Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar sus ideas”. Esto es lo que se ha agotado.
El fenómeno político novedoso pareciera ser que las elecciones del 8 de junio fueron el certificado de defunción del consenso neoliberal que desde principios de la década de 1990 estructuraba la alternancia en el poder de conservadores y laboristas.
Desde la derecha, Margaret Thatcher, quien no solo instauró el neoliberalismo sino también hizo europeísta al Reino Unido, difícilmente se reconocería en la política de Theresa May. Algo similar a lo que ocurre con el Partido Republicano y Donald Trump en los Estados Unidos.
Pero lo más interesante es el proceso que expresa la llegada de Corbyn a la dirección del Partido Laborista. Según los análisis inmediatos post electorales, Corbyn arrasó a los conservadores por una diferencia de 66 a 18% en la franja etaria de 18 a 24 años y que dos tercios de los menores de 35 años votaron por el laborismo, una tendencia que ya se había manifestado en los miles de jóvenes que se anotaron para votar a Corbyn en las primarias laboristas y en las elecciones generales, y que se ha plasmado en la organización de la red Momentum que organiza la colaboración de simpatizantes de Corbyn con su campaña, sean o no miembros del partido laborista. Geográficamente, su ventaja está en los grandes centros urbanos donde se concentra gran parte de la población asalariada, de jóvenes precarios y de inmigrantes.
Lo alentador no es el avance electoral de formaciones reformistas, ya sea centenarias como el Partido Laborista, o nuevas como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado español. Estos partidos o liderazgos renovados solo se proponen reeditar la vieja estrategia socialdemócrata de gestionar el estado capitalista. Los resultados están a la vista. Syriza asumió con la promesa de conformar un “gobierno antiajuste” y a los seis meses ya había capitulado a los planes de austeridad de la “troika”.
Lo verdaderamente alentador para quienes militamos en la izquierda revolucionaria es el surgimiento de este nuevo fenómeno político en la juventud que repudia por izquierda a los partidos tradicionales y que hoy se ilusiona con el discurso “radical” con tintes “socialistas” de líderes como Sanders y Corbyn.
Alentar las ilusiones en estas variantes reformistas (o sus equivalentes “populistas” en América Latina) como hace una parte nada despreciable de la izquierda internacional, solo prepara el terreno para una nueva frustración. Por el contrario, nuestra tarea es transformar toda esa energía de los jóvenes, los trabajadores y los explotados en una gran fuerza anticapitalista capaz de terminar con este sistema de explotación.